Tiempo ha del predominio del aspecto pastoril, repleto de forro de lana, en la moda de invierno, o de la tiranía de los chaquetones verde oscuros, ora con banderas de Alemania en el antebrazo, ora rememorando la estética mod. Toda moda invernal ha sucumbido al viral del año, uno sigiloso que no protagoniza memes sino vidas reales: los abrigos Napapijri, también conocidos "el abrigo con la bandera de Noruega".
Da igual el barrio que cruces, sea rico o pobre, da igual qué clase de amigos tengas, universitarios o trabajadores, da igual hacia dónde te dirijas, Milán o A Coruña: lo más probable es que en el periodo que va de tu casa al supermercado te topes con numerosos ejemplares, o que incluso tú mismo lo lleves puesto sin darte cuenta. ¿Pero de dónde ha surgido semejante pulso viral y cómo ha conquistado nuestras ciudades?
Imaginemos el combo: un ser vivo ataviado con una chaqueta Napapijri mientras acude a su peluquería favorita para retocar el mismo puto corte de pelo. Íñigo Errejón sería incapaz de encontrar dos denominadores comunes que exclamen "¡pueblo!" más alto.
Puedes culpar a Balenciaga de todo
El origen de tan sorprendente tendencia se encuentra, como casi siempre, en las pasarelas, aunque debidamente recalentada y servida tras meses de hibernación en el congelador. Fue Balenciaga la firma que arrastró el anorak de plumas, una vez más, a la pasarela, en concreto durante la presentación de su colección otoño-inivierno en 2016. Allí apareció una modelo ataviada con un gigantesco plumas rojo, digno de las peores pesadillas de los ochenta, abierto por la mitad. El mensaje era claro: esto va a volver.
Y volvió, pero los cimientos se habían colocado con anterioridad. De forma paralela al resurgimiento de la bomber callejera una década después de que la humanidad lograra erradicarla definitivamente de sus aspiraciones vitales, y en consonancia a la apología del chándal en la que llevamos sumergidos un lustro, el anorak de Napapijri sirve a un mismo propósito: la estilización de barrio de la moda, la homogeneización de la ropa.
Su secreto consiste, a nivel estético, en una mezcla irresistible de combinación con cualquier elemento posible. Da igual que parezcas un maniquí de Fórmula Joven recién salido de la Facultad de Derecho: esa bandera noruega sobre fondo azul marino casa a la perfección con tu estética involuntariamente retro. Y da igual que pasees por los barrios populares de tu ciudad siguiendo la estética swagger: el aspecto chandalesco, cortavientos y de plástico del anorak también casa contigo. Es otro win-win horizontal.
Joven, vístase como si estuviera en Sestriere
El fenómeno ha sido tan transversal, y unisex, que incluso foros dudosamente a la vanguardia de la moda como Forocohes han caído en la cuestión. Otros artículos han reflexionado sobre las mismas ideas, planteando si, en el fondo, la invasión de las banderas noruegas no es un canto desesperado al nórdico que todos llevamos dentro.
Ok, ¿pero cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta posiblemente se encuentre en el éxito comercial de su propia marca, Napapijri. Fundada originariamente en Italia a finales de los ochenta, concentrada en el pequeño pero muy turístico Valle del Aosta, la empresa se especializó en comercializar material de montaña, muy especialmente de esquí. Mantuvo su reino incólume en las pistas hasta el surgimiento hoy hegemónico del gore-tex, North Face primero y Spyder después. De modo que extendió sus brazos a la calle.
Directamente desde los ochenta, Napapijri ha logrado abrazar antes que nadie la tendencia establecida por las pasarelas, Balenciaga mediante: un anorak lo suficientemente ligero como para no sucumbir al ridículo montañero (llevar una Spyder hoy es llevar una armadura acorazada, un sinsentido en una ciudad) y lo suficientemente estilizado como para casar a la perfección con unos pitillos.
La marca cuenta con una colección mucho más amplia, por supuesto, pero su seña de identidad, su greatest hit, su Know Your Meme particular, es la chaqueta. Bastante cara, por cierto, lo que o bien habla de un suculento mercado de falsificaciones a la orilla de los mercadillos o bien de un éxito económico sin precedentes (unos 300 euros).
De modo que, ¿cuánto puede durar? Dado el tiempo en el que las modas se consumen hoy en día, puede que sólo una temporada, aunque continuarán apareciendo escamoteadas por doquier durante años, al uso de las Superstar que siempre vuelven por Navidad. Quizá muera ahogada por su propio éxito, como la célebre chaqueta de Zara, en cuanto la humanidad se percate de que, de nuevo, ha vuelto a vestir igual. Pero hasta entonces, bienvenido a Oslo, provincia de Jaén: ahora todas tus calles podrían ser Noruega.