Cuando los estados modernos iniciaron sus procesos de construcción nacional se toparon con una herramienta de incalculable valor: la lengua. Pero también con un obstáculo. No todos sus habitantes la hablaban igual. Los acentos y los dialectos poblaban cada rincón. En su lugar, las instituciones promovieron un estándar, una variante normativa que cosiera la identidad nacional de norte a sur.
En el camino, apuntalaron prejuicios y estereotipos aún vigentes hoy.
Sesgo. Lo ilustra un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Chicago y de la Universidad de Múnich. Partiendo de un millar de trabajadores alemanes, uno de los países europeos con mayor variedad de dialectos, descubrieron que aquellos con un fuerte acento regional accedían a menos puestos de cara al público o con una alta interacción social.
Menos dinero. Un proceso que les penaliza económicamente, dado que suelen ser trabajos mejor remunerados. El estudio plantea que los alemanes con un marcado acento regional, y controlando por otros factores como la educación o el estatus social, sufren una penalización de hasta el 20% en su sueldo. Una "brecha" dialectal, similar en escala a la de género.
Se trata de un sesgo en los procesos de selección que esconde el acento. De ahí que muchos lo disimulen o supriman lejos de su región.
¿Por qué? Porque determinados acentos están estrechamente asociados a connotaciones negativas. Lo que tiene un coste económico. "El empleador tiene que cobrar menos a sus clientes o pagar más a sus otros trabajadores para que interacúen con alguien hacia quienes tienen prejuicios", explican los autores. "El resultado son sueldos más bajos para las personas estigmatizadas" fruto de su acento regional.
Paralelismos. Algo que se aprecia con mayor nitidez si incluimos la variante racial. En Estados Unidos, otro estudio ilustró cómo los trabajadores afroamericanos que modulaban su acento y lo acercaban al estándar disfrutaban de salarios más altos que quienes practicaban la variante dialectal negra, muy asociada a prejuicios negativos. Al quedar apartados de puestos con una alta interacción social, ganaban menos.
Universal. La dinámica es extrapolable a casi todos los países. En Reino Unido, padre de todos los clasisismos, los trabajadores con menor nivel educativo sufren penalizaciones similares. Los acentos del norte, tradicionalmente obreros, están asociados a una menor movilidad social y a mayores barreras de entrada en determinadas esferas laborales.
Un estudio fue un poco más lejos. Los investigadores asociaron aleatoriamente fotografías de personas y discursos leídos con un acento regional específico. Tras escucharlo, los participantes tenían que puntuar la inteligencia percibida y la atracción sexual del narrador. Los acentos del norte fueron valorados por defecto como los menos inteligentes.
Cambios. Sucede en Francia y Japón, con un fortísimo predominio del estándar, y también en Brasil o en España, donde el andaluz o el murciano están asociados a prejuicios negativos. Los acentos, en definitiva, funcionan como marcadores sociales. Para bien y para mal. Algo que lleva a políticos como Inés Arrimadas a perderlo y que, por supuesto, afecta a los hablantes no nativos y extranjeros de lenguas adquiridas.
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