El monte Fuji es uno de los accidentes geográficos más populares, no solo de Japón sino del mundo entero. Pero la fama es un arma de doble filo: con la popularidad ha llegado un fenómeno temido, el de la turistificación.
Las autoridades japonesas han expresado su preocupación por el inmenso número de visitantes que día y noche acoge el monte Fuji. Se calcula que en 2019 5,1 millones de personas visitaron este paraje natural, lo que implica un problema para la conservación del entorno. Sobre todo si tenemos en cuenta que estas visitas se concentran entre julio y septiembre cuando las condiciones meteorológicas son favorables y se abren las rutas de acceso.
Fujisan entró en 2013 en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, factor que pudo tener que ver con el aumento en el número de visitantes entre su inclusión en la lista y la llegada de la pandemia. El goteo de gente es prácticamente incesante y no se detiene de noche y es que son muchos los que comienzan su ascenso durante la noche con el fin de ver el sol naciente desde sus alturas.
El problema no es solo humano. El monte acoge toda una infraestructura de apoyo a los visitantes. Desde tiendas de souvenirs hasta puestos de comida, a lo que hay que añadir la logística asociada y la limpieza de basura dejada atrás por los montañeros. “Vi muchos restos de comida y botellas vacías esparcidas en la zona de los lavabos”, se quejaba un visitante local en declaraciones recogidas por la Agencia France-Presse.
Las autoridades japonesas ven también con preocupación que esta turistificación supone un riesgo también para los propios montañeros. Al elevarse el tránsito se incrementa el riesgo de desprendimientos, pero quizás la mayor preocupación venga por la exigencia del recorrido en sí mismo.
Con sus casi de 3.800 metros de altitud, el ascenso no es fácil. Las condiciones meteorológicas en sus alturas son mucho más duras que a ras de suelo y los niveles de oxígeno descienden. Esto hace que el llamado “mal de altura” pueda afectar a los visitantes.
La ruta de ascenso cuenta con “cabinas” para el descanso de los montañeros, pero durante la temporada estival las reservas de éstas rondaban la saturación. Una de las preocupaciones de las autoridades que visitantes inexpertos decidieran ascender “del tirón” si no encontraban cabinas libres, con el consiguiente aumento del riesgo de sufrir problemas serios.
Así las cosas, las autoridades japonesas anunciaron hace algunas semanas que tomarían medidas de control de masas cuando consideren que los senderos de tránsito estén saturándose, lo que parecía probable a lo largo de la temporada estival. Finalizado el periodo veraniego parece que el anuncio tuvo un efecto disuasorio y tales medidas no han llegado a ser implementadas. Por ahora
La popular lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO está acompañada de un subconjunto de elementos en peligro. Desde el Parque Nacional de los Everglades hasta Palmyra, esta lista se enfoca en aquellos sitios de relevancia que están amenazados por diversos motivos. Japón no quiere que el monte Fuji pase a engrosar esa lista, menos aún que pierda su categoría como Patrimonio de la Humanidad.
Un icono japonés
El monte Fuji es, en realidad, un volcán activo (su última erupción fue en 1707). Situado en la isla de Honshū, a tan solo 100 kilómetros de Tokio, Fujisan se eleva a algo más de 3.776 metros sobre el nivel del mar. Esto lo convierte en la montaña más alta de su isla y de todo el Japón.
Fuji es un estratovolcán, término que hace referencia al hecho de que está compuesto por numerosos estratos o capas que alternan lava solidificada y piroclastos. El monte cuenta con una característica forma cónica coronada con un cráter de más de 600 metros de diámetro y 200 de profundidad.
Más allá de su geología, Fuji es un importante elemento de la cultura japonesa. No solo por ser visto como una suerte de “montaña sagrada” sino por su cercanía a la capital. Quizá lo que más haya acercado este monte a la cultura popular sea la serie de grabados del artista japonés Katsushika Hokusai, ‘Treinta y seis vistas del monte Fuji’ y, especialmente ‘La gran ola de Kanagawa’.
Fujisan no es la única montaña masificada. El Everest ha sufrido consecuencias semejantes de la turistificación y es otro gran ejemplo de lo que esto conlleva: un riesgo medioambiental y para las personas.
La última temporada estival iba camino de convertirse en la más mortífera del pico más alto de nuestro planeta. El camino hacia la cumbre del Everest está sembrado con decenas de cadáveres congelados en un lugar donde el rescate de los restos fúnebres resulta demasiado complicado.
Los desperdicios también se llegan a acumular en algunas zonas. Desperdicios que pueden abarcar desde material extraviado hasta las mismas deposiciones de los montañistas. A esto cabe añadir otra curiosa huella que dejan los visitantes: microorganismos.
La temporada del monte Fuji llega a su fin y por ahora las autoridades parecen haber esquivado lo peor. Sin embargo parece que la tendencia al alza hará que pronto el número de visitantes alcance (y superer) los números prepandémicos. Quizá el año que viene las restricciones dejen de ser una advertencia y pasen a materializarse.
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Imagen | Derek Mawhinney/Katsushika Hokusai
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