Cuesta seguir la pista de las numerosas iniciativas que se han propuesto para recuperar diversos animales de la extinción. Solo en lo que va de año hemos oído hablar dos iniciativas para recuperar sendos animales de extinción más o menos reciente: el mamut (Mammuthus primigenius) y el dodo (Raphus cucullatus). Detrás de este tipo de iniciativas: la necesidad de sacar músculo en un mercado emergente.
El mamut, el dodo y más. Una de las iniciativas más conocidas para recuperar animales desaparecidos es la que la empresa Colossal, cuyo objetivo es “resucitar” al mamut lanudo, una especie que desapareció del norte de Asia hace más de 3.500 años. La iniciativa requiere un matiz, y es que por ahora no es posible recuperar el ADN completo de los mamuts. Lo que estaría al alcance de la mano sería algo más semejante a un híbrido entre el elefante moderno y el mamut lanudo. Lo cual seguiría siendo una proeza desde el punto de vista tecnológico.
El dodo en cambio aguantó hasta el siglo XVII. El proceso de recuperación sería semejante, siendo el resultado un híbrido y no un animal genéticamente equiparable al extinto. En el caso de este ave endémica de la isla de Mauricio, el “pariente cercano” con el que se hibridaría sería la poco exótica paloma.
Aún más reciente, la extinción del tigre de Tasmania (Thylacinus cynocephalus), ocurrida en la década de 1930. Detrás de esta iniciativa también se encuentra la empresa Colossal, en cooperación con investigadores del Thylacine Integrated Genetic Restoration Research (TIGRR) Lab de la Universidad de Melbourne.
La economía de la resurrección. Estos proyectos cuentan con presupuestos millonarios. En los más de cinco años de vida del proyecto para recuperar el mamut, Colossal ha conseguido acumular 75 millones de dólares en financiación, mientras que sus compañeros en la deextincióndel tilacino o tigre de Tasmania lograron un mecenazgo por 5 millones de dólares la pasada primavera.
No parece haber una forma directa de monetizar estos proyectos. Eso no quiere decir que no sean económicamente rentables. Un tanto olvidadas en la avalancha de noticias relacionadas con las inteligencias artificiales, las biotecnologías prometen ser una pieza clave en el futuro de la medicina. Buena parte de nuestra salud puede encontrarse expresada en nuestros genes (y en los no tan nuestros).
En este panorama, este tipo de proyectos puede lograr un triple objetivo. El primero es publicidad, algo que no suele estar demás en el ámbito empresarial. El segundo, es capacidad para atraer financiación. En este sentido, “enseñar músculo” puede atraer el interés de inversores para los futuros planes. Finalmente, está la atracción de talento. Al igual que los inversores, los investigadores también tienen interés en sumarse a proyectos ambiciosos o curiosos como estos.
Un asunto espinoso. Hay aún otro factor clave y se encuentra en la economía de la información. La Información Digital sobre Secuencias (DSI) fue uno de los temas candentes en la última Conferencia sobre Diversidad Biológica de la ONU (COP15). La información genética sobre secuencias de ADN es información, y su conocimiento y uso pueden tener gran valor.
Aplicado a este caso, esto implica la posibilidad de que las empresas que logren “crear” un nuevo código genético podrían (quizás) patentarlo. Con ello lograrían la explotación exclusiva de estos códigos si pudiera hallárseles un uso comercial.
Reanimación low-tech. Más allá de la lógica empresarial de estos proyectos, los expertos a menudo esgrimen la conservación de los ecosistemas presentes y pasados como el objetivo primordial de sus esfuerzos. La pérdida de la biodiversidad es una amenaza constante para los ecosistemas, sistemas complejos que se ven obligados a mutar cada vez que se da un cambio como la extinción de una especie.
Así, la recuperación del mamut lanudo, por ejemplo, se plantea con el objetivo de ayudar a mantener el ecosistema siberiano frente a la amenaza que plantea el cambio climático. Sin embargo hay quienes han recurrido a técnicas más “tradicionales” para devolver de la extinción animales perdidos en nuestros ecosistemas.
Y no tenemos que ir lejos para encontrar un ejemplo. El tauro es un animal que trata de recuperar uno de los ancestros de las especies bovinas existentes hoy en día vacas y toros; uros; y cebúes. Para recuperar esta especie el proyecto ha ido cruzando a lo largo de años distintos ejemplares de estos animales para así conseguir una secuencia genética semejante aunque imperfecta (en este sentido semejante al método biotecnológico) de la especie extinta.
Quizás podamos pero, ¿debemos? El argumento ecológico no parece contar con muchos partidarios. Una buena parte de la comunidad científica parece más cercana lo que planteaba el doctor Ian Malcolm (interpretado por Jeff Goldblum) en Jurassic Park. Estamos cerca de ser capaces de recuperar animales extintos (o más bien crear especies equiparables), pero eso no significa que sea una buena idea.
Los ecosistemas son, como se ha dicho antes, sistemas complejos. Algunos de ellos han tenido más tiempo que otros para adaptarse a la ausencia de estas especies. Esto implica que su reintroducción puede implicar un nuevo cambio que lo desequilibre. Para muchos expertos, estas iniciativas pueden causar más perjuicio que beneficio. El debate sigue abierto, aunque por ahora recuperar estas especies sigue estando en el dominio de la ciencia ficción.
Imagen | Thomas Quine, CC BY 2.0
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