2015 lo cambió todo. Hasta entonces, las fuerzas emergentes que terminarían dinamitando para siempre el sistema de partidos establecido en España se habían limitado a pregonar sus virtudes. Tanto Podemos como Ciudadanos se mantuvieron alejados de la gobernabilidad durante los primeros compases de su meteórica carrera nacional, pero las elecciones autonómicas y municipales de aquel año, amén de las generales de diciembre, les obligaron a posicionarse.
Ambos afrontaban dudas similares: se habían presentado como alternativas necesarias, reformistas y regeneradoras, a los partidos tradicionales del centro-derecha y del centro-izquierda. Pero muy especialmente Ciudadanos, también se había formulado como un "cambio sensato" y "responsable", lo que implicaba necesariamente acuerdos de gobierno. Lo hizo con el PSOE en Andalucía, la facción más conservadora del partido. Y lo hizo con el PP en la Comunidad de Madrid.
Todo ello pese al duro carácter anti-corrupción del partido. ¿Aupar a la gobernabilidad al Partido Popular de Madrid, una formación acorralada judicialmente y con diversas conexiones a tramas de corrupción tan escandalosas como la Gürtel? Cristina Cifuentes, la que se convertiría en presidenta gracias a los votos de la formación naranja, era una cara nueva. ¿Pero qué sucedería en caso de que uno de los muchos escándalos del PP madrileño le salpicara?
El dilema a Ciudadanos no le ha llegado por la corrupción, sino por un máster fantasma, incapaz de materializarse y que está arrastrando a Cifuentes a una espiral de desmentidos, medias verdades y desgaste mediático. Para Ciudadanos la cuestión es espinosa: ¿es preferible sumarse a la moción de censura planteada por el PSOE, mostrarse duro ante las irregularidades de la política tradicional y dejar caer a Cifuentes, o resistir hasta que las elecciones del año que viene les ponga Madrid en bandeja?
La pregunta no es baladí y responde al feliz momento que el partido vive en las encuestas. Aupado por la cuestión catalana, la misma que les ha colocado como primera fuerza política en Cataluña por primera vez en su historia, Ciudadanos tiene grandes expectativas de cara a unas posibles generales. Se ha ubicado en tan golosa posición, en gran parte, compitiendo por el electorado conservador de todo el país, aquel que acapara el PP y al que necesita ganar. Por la derecha.
¿Intachable regeneracionismo o tacticismo político? Para saber qué hará Ciudadanos en Madrid quizá sea útil acudir a la Región de Murcia, donde afrontó un problema similar hace exactamente un año.
La lectura de Murcia: cambiar para no cambiar
En 2015, depurado Valcárcel, el tradicional hombre-fuerte popular en Murcia, el partido se echó en manos de Pedro Antonio Sánchez, peso pesado de la formación y fuertemente ligado a las tramas corruptas que han salpicado al PP en toda la geografía española. Dos años después de su investidura, facilitada por la abstención de los cuatro diputados de Ciudadanos en el parlamento, Sánchez era imputado por el juez Velasco en el caso Púnica. Tocado y hundido.
Ciudadanos tenía la oportunidad de dejar caer al gobierno popular y aupar un tripartido junto al PSOE y Ciudadanos. Optó por esperar. En un principio reacio a la dimisión, Sánchez tuvo que abandonar la presidencia de Murcia por la puerta de atrás presionado desde dentro de su propio partido, incapaz de asumir más escándalos de corrupción en un contexto de progresiva competencia y desgaste electoral. En su lugar, el PP plantearía una cara nueva para la presidencia.
El elegido fue López Miras, muy joven y menos ligado al aparato tradicional de la formación en Murcia. Ciudadanos aprovechó la coyuntura para renegociar el pacto de gobernabilidad con el PP, arrancar un compromiso por la abolición del aforamiento de los diputados y marcarse algunos tantos. A cambio, se abstendría en la sesión de investidura para facilitar que López Miras accediera a la presidencia. Cambiar para que nada cambie, pero penalizar la corrupción.
Entonces, la formación naranja hizo un cálculo sencillo: era preferible sacrificar su posición como vigilante duro de la corrupción del PP, aunque aquello implicara perder parte del halo regeneracionista de su discurso, que facilitar un gobierno regional comandado por dos partidos de izquierda. Corría la primavera de 2017 y Ciudadanos no quería exponerse de nuevo a un fiasco como el de 2016, en el que trató en vano de pactar con el PSOE un gobierno nacional. El giro a la derecha ya se había producido, y era preferible malo conocido que bueno por conocer.
¿Más ejemplos? Granada, 2016. Un escándalo de corrupción salpica al alcalde popular de la ciudad, José Torres Hurtado, que se ve obligado a dimitir a finales de abril, en parte por la presión de Ciudadanos. Apenas un mes antes, Albert Rivera y Pedro Sánchez habían presentado un pacto de gobernabilidad fallido lo que precipitaría las elecciones de junio. En Granada, Ciudadanos no teme unirse a PSOE, IU y Podemos para elegir un nuevo alcalde socialista, Francisco Cuenca.
Tacticismo vs. regeneracionismo
Lo que va de un caso a otro no sólo son las fechas (un año de diferencia), sino la posición de Ciudadanos en el espectro político nacional. En 2016, la formación naranja aún se definía como progresista y coqueteaba con posiciones parejas a la socialdemocracia clásica. Su perfil "regeneracionista" era más acuciado, en gran parte para buscar una posición central en el tablero que le permitiera servir de bisagra entre el PSOE y el PP, tradicionalmente antagónicos.
En 2017, por contra, mediaban dos fracasos electorales. El de junio de 2016 fue especialmente doloroso: Ciudadanos pagó el pato de su pacto fallido con Pedro Sánchez, y el partido optaría por un nuevo rumbo político más escorado hacia la derecha, menos posibilista en lo ideológico. Para entonces, la formación naranja había decidido que su espacio de maniobra electoral estaba en la derecha, por lo que no tenía sentido estratégico aupar a un gobierno PSOE-Podemos en Murcia.
La situación hoy, en 2018, es más pareja a la de Murcia que a la de Granada. A Ciudadanos le va bien en las encuestas. Le está comiendo terreno al PP compitiendo desde la derecha, no sólo en Cataluña sino también en otros aspectos de la política nacional como los impuestos bajos o la dureza en las penas de prisión. El portavoz de Cs en la Asamblea de Madrid, Ignacio Aguado, fue duro ayer con Cifuentes, pero sólo prometió una "comisión de investigación". Nada de mociones.
Hoy Rivera ha desvelado algunas pistas de la estrategia de Ciudadanos en Onda Cero: "No tiene sentido que alguien, antes de que sepamos la verdad, pida la moción de censura a Cifuentes". Según Rivera, hay dos versiones, la de Cifuentes y la de un "periódico digital" (son dos, en realidad), por lo que no cabe saltar a conclusiones precipitadas. Son palabras que no auguran un claro apoyo a la moción de censura presentada por el PSOE de Ángel Gabilondo, secundada por Podemos.
¿El plan? Una versión 2.0 de la estrategia en Murcia, quizá: sostener a Cifuentes tocada pero aún no hundida, y esperar a las elecciones de 2019 para ejecutar el sorpasso definitivo en Madrid. Es incierto que Cifuentes llegue tan lejos como presidenta de la comunidad de Madrid, en especial si la competencia interna del Partido Popular juzga como amortizada su particular aventura universitaria. Pero en ese caso Ciudadanos también ganaría: cambio de cromos y a competir en 2019.
Desde un punto de vista táctico no es una decisión irracional. Ciudadanos se abstendría de apoyar tácitamente un gobierno de izquierdas justo cuando sus perspectivas entre el electorado conservador son más altas. Y al mismo tiempo, mantendría un cadáver político con vida sólo para competir contra él en un contexto mediático y electoral favorable. El alargamiento de Cifuentes al frente de la comunidad son malas noticias para todos, incluido el PP. Para todos menos para Ciudadanos.