En diciembre de 2015 representantes de 195 países de todo el mundo se reunieron en Francia para tratar de llegar a acuerdos que ayudaran a mitigar el problema del cambio climático. En el Acuerdo de París estos países crearon un plan a largo plazo para lograr que la temperatura media global no aumentaran más de 2 °C.
Ese límite es importante, pero no evitará catástrofes naturales como la que amenaza al sur de España: según un estudio reciente de la revista Science esta región podría convertirse en un desierto, pero la creciente desertificación del planeta afecta a otras regiones de nuestro planeta.
Una España especialmente desértica
Los investigadores responsables de ese estudio hicieron uso de datos históricos y de modelos computacionales para pronosticar el impacto del cambio climático en la región del Mediterráneo basándose en esos objetivos del Acuerdo de París. Aunque el objetivo es no pasar de un aumento de 2 °C, en realidad se tratará de limitar ese ascenso a menos de 1,5 °C, algo que según los expertos "permitiría a los ecosistemas mantenerse dentro de la variabilidad del Holoceno", la era que abarca los últimos 10.000 años.
Muchos científicos afirman que dichos objetivos son muy difíciles —si no imposibles— de alcanzar, pero de no lograrse la Cuenca del Mediterráneo habrá cambiado más para cuando lleguemos al año 2100 que lo que lo ha hecho en los anteriores 10.000 años de nuestra historia. Incluso en la predicción "moderada", el modelo usado por el estudio publicado en la revista Science revela que la región de matorral Mediterráneo se expandirá y que los bosques alpinos irán cediendo terreno.
El estudio es incluso optimista, porque los modelos no han tenido en cuenta la propia acción del ser humano en la región: la deforestación y las prácticas de agricultura intensivas pueden impactar en el ecosistema, y por lo tanto hacer la situación aún peor. Como indicaba Joel Guiot, uno de los responsables del estudio, "de tener impacto, la acción humana exacerbará lo que se proyecta en el estudio".
Lo cierto es que en España la situación ya es de por sí complicada: un 20% de la geografía del país ya se ha desertificado, y un 1% está degradándose a bastante velocidad. El llamado Sistema Integrado de Evaluación y Vigilancia de la Desertificación permite estimar el riesgo de desertificación en España, y también ayudar a poner medidas para evitar un futuro en el que más y más zonas de España se conviertan en un desierto.
Pekín, una capital asediada por los desiertos
El estudio se centraba en la Cuenca Mediterránea por ser una región tradicionalmente fértil, pero en realidad el problema de la desertificación afecta a todo el planeta, con desiertos que gradualmente están avanzado por el cambio climático y, por tanto, por el impacto que nuestras acciones están causando en el ecosistema.
El Programa Medioambiental de las Naciones Unidas (UNEP) ya advertía hace una década de los riesgos a los que estamos exponiendo nuestro planeta en este ámbito, pero también explicaba algo que parecía una paradoja: los desiertos no contribuyen a calentar la atmósfera, sino a "refrigerarla". El secreto está en el albedo, el porcentaje de radiación que refleja el desierto, que es mucho más alta en a superficie de estas regiones, algo que provoca que la gigantesca columna de aire que generan los desiertos se refrigere y se disperse por vientos que refrigeran regiones muy lejanas.
Eso tiene un efecto curioso en desiertos como el de Gobi, donde las precipitaciones son mínimas, pero que por los cambios climáticos acabará protagonizando un efecto curioso: el pronóstico revela que en este desierto lloverá entre un 10 y un 15% más en el último tercio de siglo, cuando la mayoría de los grandes desiertos sufrirán caídas en esas precipitaciones y, por supuesto, aumentos importantes de temperatura que llegarán a ser de hasta 7 °C en el desierto de Dasht Kbir, en Irán.
El problema también está presente por ejemplo en China, donde la desertificación afecta a una tercera parte de este vasto país. La expansión de estos desiertos está amenazando según los expertos la estabilidad medioambiental, política y económica, y eso que en China se propusieron luchar contra esa amenaza con un proyecto gigantesco: la reforestación de China con 66.000 millones de árboles que se supone iban a frenar esa conquista gradual de los desiertos. El plan, no obstante, está fracasando.
Resulta que plantar árboles ayudó a los desiertos a crecer, y aquí tuvieron culpa las especies utilizadas para la reforestación: los pinos y los álamos sustituyeron al tradicional espino cerval de mar hicieron que el papel de este matorral a hora de mitigar la erosión se redujese de forma crítica. El pino y el álamo son además árboles bastante "sedientos", lo que provocó que las limitadas reservas de agua de esos terrenos se vieran asoladas.
La consecuencia: tormentas de arena más amplias y frecuentes que han tenido un efecto brutal en el problema de polución de China. Las tormentas de arena que descienden al país entre marzo y mayo afectan a ciudades como Beijing, recogen los contaminantes de las zonas industriales y las dispersan allá por donde pasan. La capital china está amenazada por el cambio climático, con el desierto de Tianmo localizado a tan solo 90 kilómetros al noroeste, mientras que el inmenso desierto de Gobi también amenaza a Beijing desde el otro flanco: conquista 3.600 km² de tierras fértiles cada año. La escapatoria es compleja.
De Australia y el Gran Victoria a Chile y el desierto de Atacama
La desertificación afecta de forma igualmente severa a continentes como África o países gigantescos como Australia: el Sáhara y el Gran Victoria ocupan dantescas áreas, pero no paran de crecer gradualmente y de ganarle terreno a las regiones más fértiles. En Australia por ejemplo los expertos revelaban como el efecto invernadero tendría un claro efecto en esa expansión del desierto Gran Victoria y en unas épocas de sequía que irán a más en los próximos años.
Un ejemplo más claro —aunque más reducido en extensión— lo tenemos en Perú, donde el desierto de Sechura avanza al noroeste del país para amenazar la zona suroeste de Ecuador.
Algo similar le ocurre a Chile, donde el desierto de Atacama —el más seco del mundo— parece estar dirigiendo su expansión a la mismísima capital del país, Santiago. Francisco Ferrando, profesor de geografía en la Universidad de Chile, explicaba cómo "Santiago probablemente migrará a un estado de desierto o semidesierto. Lo que está ocurriendo está seguramente asociado al calentamiento global, y no hay indicios de que el proceso esté ralentizándose".
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