Los libros mutantes de Dahl son la señal definitiva: hemos perdido el control de nuestros contenidos digitales

Dest3
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En 2009 llegó una de las primeras señales. Amazon borró remotamente las copias del libro '1984' y de 'Rebelió en la granja', ambos de George Orwell, que algunos clientes habían comprado para su Kindle. El motivo estaba un conflicto con los derechos de autor, es decir, un problema de la empresa, no de sus clientes. Amazon devolvió el dinero, pero fue sintomático de cómo estábamos perdiendo el control de nuestros contenidos.

Estábamos aún en los primeros compases de los ecosistemas digitales y las plataformas de contenidos de pago. Ya hacía un tiempo que existían, pero no era tan habitual entonces atreverse a pasar por caja online. Quizás por eso muchos no supimos interpretarlo como una señal sutil de lo que podía llegar con el auge de los contenidos digitales controlados por un distribuidor.

Este mes hemos visto la señal que debería disipar las dudas que queden, también relacionada con esta plataforma: "Los libros electrónicos de Dahl se están actualizando sin pedir permiso. Tus libros de Kindle no son tuyos y no se pueden heredar", contaba Genbeta hace unos días.

Junto a nosotros para siempre

En estos años ha habido más ejemplos. En 2013, comiXology, que acabaría siendo comprada por Amazon, retiró 56 cómics de su aplicación para iOS por las muy puritanas normas de la App Store de Apple.

La misma Apple protagonizó una noticia especialmente inquietante en 2018: un usuario de la iTunes Store descubrió que tres películas de las que había comprado habían desaparecido de su biblioteca. El motivo, que el distribuidor había cancelado la licencia y esas películas ya no estaban disponibles. Ni siquiera para quienes las habían comprado.

Ese día entendimos que las compras de contenidos digitales que no podemos descargar sin DRM a nuestro equipo son en realidad alquileres por tiempo indefinido, y que cada uno actúe como crea conveniente.

Disney+, en su llegada a España en 2019, no solo escogió una proporción de aspecto incorrecta que se cargaba muchos de los chistes (cosa ya corregida), sino que llegó con polémica por eliminar el episodio de Michael Jackson veinticinco años después de su estreno.

HBO Max pujó fuerte para hacerse con todos los episodios de South Park, pero decidió no emitir cinco de ellos. Jamás. El motivo: que contenían imágenes caricaturescas de Mahoma, algo prohibido por el Islam y que ya supuso amenazas de muerte a sus guionistas en 2010. Alguien con la serie descargada por su cuenta en formato digital o en formato físico jamás tendrá el peligro de perder esos cinco episodios, pero quien decidió confiarlo a una distribución ajena se quedará sin verlos. Lo mismo que el que pagó nueve euros por comprar una película y al cabo de un tiempo se la quitaron de las manos.

O lo mismo que quien haga all-in a la música en streaming: el día en que los derechos de nuestro grupo favorito cambien de mano es posible que cambien las normas y haya exclusividad para alguna plataforma que no sea la que usamos.

Hoy suena a chaladura, pero por algún motivo hemos normalizado que todas las canciones estén en una misma app, y luego series y películas vivan fragmentadas.

Otros casos son para tomárselos mucho menos en serio, como cuando Netflix se cargó un episodio de La Abeja Maya por contener un pene tallado en un árbol. Pero perder ciertas películas que se supone que habíamos pagado o ver cómo un libro que tenemos comprado se reescribe por voluntad ajena, sin tener ninguna opción de control sobre él para al menos anular esos cambios, deja poco espacio para las dudas.

Hay películas, series, libros y música que quiero sentir vinculados a mí para siempre porque han ayudado a moldearme durante toda mi vida. No me parece una opción asumible confiarlos a plataformas ajenas que en un momento dado podrán retirarlos de mi alcance o modificarlos, incluso en las que se supone que se ha hecho una compra.

Seguiré leyendo o viendo contenido en streaming en este tipo de plataformas, pero en obras que trascienden, contemplaré otro tipo de relaciones de propiedad. Quizás por ese mismo principio las ventas de vinilos siguen desbocadas y ya son mucho más que un hobby hipster o un nicho para nostálgicos. Son algo que nos pertenece y de lo que nadie nos podrá privar o modificar.

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