Valiéndonos de una metáfora tan gastada como repetitiva, Portugal sufrió durante el pasado fin de semana el infierno en la Tierra. El alcance del incendio forestal de Pedrógão Grande, una bellísima zona rural a esasos cincuenta kilómetros de Coimbra, causó la muerte de más de 60 personas en un pequeño y terrorífico episodio que, según las descripciones del suceso, apuntan a una macabra dirección: la tormenta ígnea.
El asunto ha tenido recorrido en las redes sociales durante el último día tanto por lo extraordinario de los acontecimientos (son muy poco comunes) como por los detalles de su particular fuerza destructiva. También por la cercanía, naturalmente: aunque España viva de espaldas a su vecino natural, las condiciones allí dadas (altísimas temperaturas en bosques de eucaliptos muy secos) no son ajenas a la ola de calor y a las inusuales bajas precipitaciones de la península.
Joder. Lo que cuentan tiene pinta de tormenta ígnea https://t.co/uW6UDuJUjO
— Diego González 🇪🇺 (@diego_gon) 18 de junio de 2017
Básicamente el foco del incendio calienta el aire, que asciende rápidamente, y el aire de alrededor viene velozmente a llenar el vacío
— Diego González 🇪🇺 (@diego_gon) 18 de junio de 2017
De modo que, ¿de qué hablamos cuando hablamos de una tormenta ígnea?
Dame viento y, sobre todo, dame eucaliptos
Es importante recalcar que aún no se sabe con exactitud si lo sucedido en la carretera Nacional-236, dentro de los límites del pintoresco paisaje de Pedrógão Grande, constituye en sí mismo una tormenta ígnea. Históricamente es algo habitual: la gran mayoría de ejemplos repartidos a lo largo de los últimos siglos siempre oscilan entre el terreno teórico y práctico, a través de testimonios y tenues pruebas físicas.
Algo por otro lado lógico. Las altas temperaturas condensadas en una tormenta ígnea son capaces de calcinar aquello que encuentren a su paso, y de ahí las espeluznantes imágenes de coches parcialmente desintegrados recogidas por los medios de comunicación en Portugal.
¿Cómo se llega a semejante punto de horror? Primero, necesitamos una zona que condense altas temperaturas (el interior de Portugal, como el de España, ha superado los 40º C este fin de semana en muchos puntos) y que sume un montón de combustible disponible. Segundo, necesitamos un pequeño paseo por las lecciones físicas y químicas de los grandes incendios forestales.
Dado que toda clase de llama atrae oxígeno para sobrevivir, se produce una permanente atracción de gases fríos alrededor de un fuego cualquiera. Y dado que los gases cálidos siempre suben y los fríos se quedan por debajo (hasta que se calientan fruto de la llamarada), los fuegos generan columnas de humo ascendentes muy visibles en cualquier hoguera de acampada. En las casas interiores, las chimeneas ayudan a encauzar esa columna y a evitar incendios interiores.
La cuestión frente a un gran incendio forestal es qué sucede con esa columna de aire que generan miles de árboles ardiendo simultáneamente: ¿se transforman en un extensísimo fuego forestal que abarca decenas de miles de hectáreas o se convierten en violentas tormentas ígneas?
En este caso, lo relevante es la acción del viento: generalmente, los vientos son lo suficientemente fuertes como para evitar que los fuegos simultáneos generen su propio sistema de vientos, ahondando en una conflagración gigantesca. Sin embargo, cuando los vientos locales son débiles y la densidad de material combustible es alta (y los eucaliptos, a patadas en Portugal, prenden con extrema facilidad), podemos toparnos con las terribles tormentas de fuego.
El fenómeno es similar al de la cerilla a pequeña escala: mientras los aires cálidos ascienden en el interior de la columna de humo, el incendio va atrayendo más y más aires fríos a su alrededor, reforzando la dinámica interna de la tormenta ígnea. De resultas, el incendio genera sus propios vientos (de fuego) internos, capaces de propagarse en cualquier dirección del compás, generando gigantescos muros de fuego y columnas de humo de varios kilómetros de alto.
#Ahora pirocúmulo formado en el incendio de #Portugal visto desde uno de los apagafuegos del #43Grupo @EjercitoAire #ApagaYVamonos pic.twitter.com/ZrEzgGPBmy
— Ejército del Aire (@EjercitoAire) 18 de junio de 2017
La naturaleza concentrada y violenta de las tormentas ígneas (que atrae más oxígeno que un incendio normal y que por tanto tiene más fuerza incendiaria) resulta en temperaturas (del aire) de hasta 800º C y de temperaturas ambientales aún superiores. Sus extraordinarios vientos de fuego se desplazan a gran velocidad (100 kilómetros hora) allí donde se den, por lo que cualquier cosa cercana queda calcinada en un abrir y cerrar de ojos.
De ahí que muchas víctimas en Portugal estuvieran en sus coches.
Las tormentas ígneas son raras y necesitan de mucho combustible para suceder. En su camino, generan grandes columnas, pyrocumulus, nubes que en un momento dado pueden generar sus propias tormentas eléctricas (gracias a su singular altura) y que pueden reforzar el incendio.
Tormentas ígneas: de la naturaleza a la acción humana
La conmoción en Portugal es lógica: en este reportaje familias de los afectados y residentes locales explican aún conmocionados el horroroso escenario que afrontaron el domingo. Las suyas son historias que se unen a otras muchas tejidas y enlazadas a lo largo de la historia de las tormentas ígneas, ya fueran provocadas por el ser humano (porque se pueden provocar), ya fueran el resultado de condiciones materiales óptimas como las descritas en el país luso.
Probablemente el incendio más célebre causado por una tormenta ígnea fue el de Peshtigo, en Wisconsin, Estados Unidos, durante el otoño de 1871. Tras un verano extremadamente seco y repleto de temperaturas altas, los granjeros y ganaderos de la región, por aquel entonces eminentemente agrícola, empezaron a hacer lo que siempre habían hecho: utilizar el fuego para robarle espacio a los bosques de la región y poder desempeñar sus labores en paz.
Un viento frío que generó diversos puntos de presión a lo largo del Midwest estadounidense y la abundancia de material combustible derivaron en numerosos fuegos regionales en un periodo muy corto de tiempo (el gran incendio de Chicago, que se llevó la ciudad por delante, se declaró dos días después) resultó en Peshtigo en una gigantesca tormenta ígnea. Su carácter destructivo no ha sido igualado aún hoy: el pueblo quedó reducido a cenizas y murieron entre 1.500 y 2.500 personas.
En Australia, un país que tiene al eucalipto como castigo, es relativamente frecuente que los incendios forestales deriven rápidamente en tormentas ígneas, de alcance más limitado pero de capacidades destructivas mucho más altas. Veinte años tras Peshtigo, Minnesotta vivió otro incendio en forma de tormenta ígnea con temperaturas de 1.000 grados centígrados.
Pero quizá son aquellas causadas por el propio ser humano las más espantosas. Fueron de uso corriente durante los más crueles bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, y probablemente contribuyeron a la destrucción de Hamburgo y Dresde por parte de los aliados. El segundo caso es el bombardeo combinado aliado más recordado (y con menor propósito logístico o estratégico) de todo el envite, causando la muerte de más de 20.000 civiles.
En Dresde cayeron 3.900 toneladas de material explosivo, muchos de ellos inflamables (una circunstancia obligada, como hemos visto, para crear una tormenta ígnea, indicador de las intenciones de los bombardeos) que arrasaron con seis kilómetros cuadrados del centro de la ciudad. Sin embargo, las dificultades para crear una tormenta ígnea a gran escala con técnicas de bombardeo tradicionales limitaron el alcance del incendio, de por sí terrorífico.
Historia distinta fue el caso de Hiroshima: el poder de la radiación nuclear y las condiciones óptimas de la ciudad (que, al contrario que Nagasaki, no estaba enclaustrada en un sinfín de colinas) favorecieron la generación de temperaturas absurdamente altas capaces de causar diversas tormentas de fuego. El resultado salta aún hoy a la vista: la ciudad fue reducida a la más miserable nada, ahogando todo tipo de vida en su casco histórico (murieron unas 40.000 personas).
Las técnicas de firebombing (apuntar hacia una zona concreta de la ciudad con objeto de generar temperaturas suficientemente altas como para derivar en una tormenta ígnea) y el carácter muy denso de las ciudades alemanas o japonesas, las más afectadas por bombardeos semejantes, hacen de aquellas tormentas ejemplos únicos y, con algo de suerte, irrepetibles en el futuro, pero no ocultan la vis macabra y la macabra imaginación del ser humano si de destrucción se trata.